La Primera Cena – Victor Bottazzi

Si alguien me preguntara en un kiosco mientras me dan un vuelto por un vino y una coca cual es mi personaje favorito del Adán Buenosayres no tardaría en responder, quizás gritando “koriskos”. Samuel Tesler, quien en la vida real es nada menos que Jacobo Fijman, saluda a Adán con salvas de artillería. Quizás el lector no conozca las desventuras del ano de un celiaco que se alimenta mal, pero se podrá imaginar cuando digo que a todas las personas que se nos han cruzado en la vida, las saludamos con algo más que salvas de artillería y quizás por ahí venga la identificación o el favoritismo por Koriskos.

Desgraciadamente, cuando me encontré en las puertas del tártaro con “Estrella de la mañana”, me entere que Fijman había muerto hace ya muchos años. Dejó de importarme cuando, después de hojear el libro como quien se abanica con la vuelta de las páginas, encontré una entrevista al autor del poemario por un entrevistador que fue mi docente en la carrera de psicología social, Vicente Zito Lema.

Las imágenes y preguntas en mi cabeza empezaron a rodar. ¿Cómo habrá sido entrevistar al Cristo Rojo?  ¿Será que le gustaba el vino? ¿Lo habrá recibido al entrevistador con salvas de artillería? Son las preguntas más trascendentales que recuerdo.

Contar las diferentes vueltas que dio mi vida después estos hechos seria menos nutritivo literariamente que las instrucciones para usar un shampoo pero, y siempre aparece el pero para destruir lo que uno dijo anteriormente, tuve la oportunidad de encontrarme en una cena con Vicente. Podría estar cara a cara con el tipo que estuvo cara a cara con Koriskos y podría preguntarle si durante la entrevista Koriskos se metió el dedo en la nariz en algún momento.

Llegó el día y después de bañarme e intentar pasar un peine por mi cabeza tratando de que hubiera en mí algo que se relacionara con la estética, tomé mi ejemplar de “Estrella de la mañana” y fui al encuentro con el objetivo de mendigar un gancho. Dicen que pedir un autógrafo a alguien que no es autor de un libro es una falta de respeto, me chupaba un huevo igual.

Lo vi a Vicente, grandote pero herbado, cabeza blanca, me pasó la mano preguntando – ¿Cómo le va maestro? -. Por dentro pensé que tengo menos de maestro que de fisicoculturista pero respondí que bien.

Los anfitriones habían pedido empanadas y un menú especial para mí por mi enfermedad. Éramos tres en la mesa todavía y Vicente no paraba de hablar de derechos humanos con el otro comensal. Yo tenía dos tartas a las cuales había partido y me había servido una mitad de cada una. Vicente no tardó en preguntarme porque yo tenía un menú diferente a lo que tuve que responder con toda la explicación de lo que es una enfermedad celiaca.

No me demoré en ofrecerle un pedazo de mi tarta después de mi ponencia sobre la celiaquía y mis aventuras con ella. Aceptó e inmediatamente coloqué media tarta de la que yo consideraba más rica sobre su plato. En un intento de formalidad me di vuelta a pedir un par de cubiertos a los anfitriones que todavía daban vueltas para sentarse. Cuando volví mi cuerpo hacia la mesa, Vicente había ya engullido media tarta y por sus manos rodaban unos pedazos de hongos, panceta y algo de aceite. Está buena ¿eh? – Me dijo, -si, loco- le respondí –alta tarta-.

Le pregunté cómo era Jacobo y me respondió que era un buen tipo. El resto de las conversaciones de la mesa fue sobre bueyes perdidos y al final de la velada le mostré mi libro pidiéndole un autógrafo. No solo me lo concedió con lágrimas en los ojos sin el menor registro de ofensa sino que me escribió una dedicatoria, no la leí. Hay momentos especiales para leer dedicatorias y aquel no era uno de ellos.

En el colectivo camino a casa no podía dejar de pensar en lo estúpido que soy para asociar la formalidad con la erudición. Toda esa absurda asociación, por suerte, cayó por el más profundo de los abismos cuando vi a Vicente con mi tarta en sus manos.

El colectivo pegó un salto en un badén, y lo interpreté como señal para dejar de castigarme un rato y supe que era momento para leer lo que me escribió en la primera hoja del libro: “Para Victor, alguien a quien Jacobo hubiera conocido con placer”.

¿Será que a Jacobo le gustaban las tartas?

 

 

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