Enrique Pichon Rivière (1969) define la Psicología Social como “ciencia de las interacciones orientada al cambio social planificado”. El sujeto social, definido por este autor como “sujeto de necesidades que sólo se satisfacen socialmente”, es al mismo tiempo “producido” por el medio social en el que vive y sus relaciones, y “productor”, en la medida que es gestor de los cambios sociales que se producen en ese contexto en que transcurre su existencia.
El ser humano, concebido como sujeto social, hace a la ineludible presencia del “otro social” en toda experiencia humana. Ello supone una concepción del mundo como dimensión simbólica, producto de una construcción social en constante transformación.
Entonces, queda claro que no sería posible pensar en un sujeto aislado de sus “condiciones concretas de existencia”. La constante interacción entre los sujetos sociales y su medio, determinan un modo de concebir la realidad, de autopercibirse y de percibir el mundo.
Para Enrique Pichon Riviére (1971), todo saber científico tiene los límites que le plantea el momento histórico y social en que surge ese conocimiento. Ninguna disciplina puede salirse del cerco que los paradigmas de su época le permiten plantear.
Desde la Psicología Social, se nos presenta entonces de modo casi obligatorio, la realización de una lectura crítica de la realidad, intentando la desnaturalización de lo que aparece como “obviedad”, y cuestionando la grosera distorsión informativa que se realiza desde los poderes centrales.
Resulta indispensable preguntarnos, entre otras cosas, acerca del devastador efecto psíquico que tiene sobre las personas, la constante desmentida de aquello que perciben. ¿Qué les pasa a los sujetos cuando una y otra vez, les dicen desde el inconmensurable poder de los medios masivos de comunicación, que sus vivencias cotidianas de progresivo empobrecimiento económico, social y cultural es una suerte de fantasía o, peor aún, una incapacidad personal para hacer las cosas bien?
Es imposible intentar responder a esos interrogantes sin pensarlos desde un contexto que es social, histórico, económico y político.
Según su definición, la política es “una actividad orientada en forma ideológica a la toma de decisiones por parte de un grupo para alcanzar sus objetivos”. Constituye “una manera de ejercer el poder con la intención de resolver o minimizar el choque entre los intereses opuestos que se producen dentro de una sociedad”.
Resulta evidente, según lo ya expresado, la importancia que posee la articulación entre Psicología Social y Política. Si la primera intenta dar cuenta de la constante relación entre sujeto y contexto, la segunda brindará respuestas respecto a las condiciones concretas que dicho contexto le brindan a ese sujeto, determinando la incidencia del mismo en sus vínculos, en sus proyectos, en sus relaciones personales y laborales, en su visión de sí mismo y de sus semejantes. Si la política plantea el desempleo creciente, el “otro” se constituye en una amenaza y se quiebran así los lazos solidarios y el placer de la construcción conjunta, dándose lugar a un progresivo incremento del individualismo y el “sálvese quien pueda”. La denominada “meritocracia”, no es más que la negación de la influencia del contexto social, de las políticas públicas y la economía, sobre la subjetividad individual y social. Entre otras cosas, supone que el progreso, el crecimiento y el “éxito” dependen exclusivamente del esfuerzo personal, culpabilizando de este modo a quienes no lo logran y eludiendo todo tipo de responsabilidad de quienes con sus decisiones políticas, determinan los límites para ese crecimiento y desarrollo.
Las políticas neoliberales inciden notablemente en esta construcción interna de subjetividades. La representación mental que cada sujeto realiza de sí mismo, de su Patria, de quién es en su comunidad, de qué significa ser argentino, o chaqueño, o correntino, o porteño, dependerá en enorme medida de una construcción simbólica en la que los medios de comunicación y las políticas imperantes, influyen de un modo notable.
¿Cómo inciden las políticas neoliberales en esa construcción de identidad subjetiva y social?
Según la Enciclopedia de características (2017), “el neoliberalismo como filosofía económica fue creación en 1930, de un conjunto de académicos liberales europeos, que buscaban una vía intermedia entre el liberalismo clásico y los recientes fracasos económicos de esa década, y la doctrina de planificación económica que suprimía total o parcialmente las libertades económicas para el mercado”.
El término dejó de utilizarse en la década del 60 y reapareció con sorprendente fuerza en los 80, en el contexto de las reformas económicas planificadas por el think-tank norteamericano, llamado los “Chicago boys”.
Las usuales políticas neoliberales pueden resumirse en:
- Flexibilización laboral. Eliminación de restricciones, impuestos y regulaciones a la actividad económica y desprotección de la masa trabajadora en favor de la multiplicación del capital producido por el sector privado.
- Apertura de las fronteras a los mercados extranjeros y reducción de los proteccionismos al mercado de producción local.
- Reducción de la oferta de dinero circulante, a veces a través de un aumento en las tasas de interés, para prevenir posibles devaluaciones y mantener la inflación cercana a cero.
- Trasladar los impuestos de la producción, renta personal y beneficios empresariales al consumo.
- Reducir al mínimo el gasto público y fomentar la movilidad de capitales.
- Apostar por un efecto de derrame económico a través del crecimiento total de la producción.
- Fomentar la iniciativa privada y privatización de empresas estatales y servicios públicos.
Fuente: https://www.caracteristicas.co/neoliberalismo/#ixzz5A1R5dbZF
Cada uno de esos puntos tiene una marcada influencia sobre las personas, sus vínculos, su autoestima, sus necesidades insatisfechas y frustraciones, su imagen de sí mismas y de los otros.
Lo que ocurre en el “afuera” parece reproducirse en el “adentro” y comienza el incremento de las conductas individualistas, el quiebre de las redes sociales y la merma en el entusiasmo por participar en los proyectos colectivos, invadiendo a las personas un progresivo sentimiento de escepticismo y apatía social.
“¿Gobernar es comunicar?”
Esa frase encabezaba una nota del diario La Nación del domingo 11 de marzo de 2018. Al devastador efecto de las políticas neoliberales sobre el psiquismo de las personas, sus interacciones sociales y su identidad, parece habérsele sumado esta vivencia de “hipnosis colectiva”, producto de una cierta resignación pasiva frente a una comunicación que desmiente permanentemente la cruda realidad de los hechos vivenciados en la propia existencia cotidiana.
La comunicación es un eje privilegiado mediante el cual, la Psicología Social organiza sus estrategias de intervención. Analizar qué se dice y cómo, nos brinda una comprensión profunda de la estructuración interna de los vínculos humanos, nos permite comprender las estructuras de poder inherentes a esos vínculos y desocultar lo “no dicho”, que suele perturbar y obstaculizar el encuentro social.
Si “gobernar es comunicar”, va de suyo que no importa tanto lo que se hace como lo que se dice sobre lo que se hace. Esta concepción de la comunicación, implica la imagen de un sujeto pasivo que se encuentra del otro lado, como receptor de esa comunicación. Pensado entonces como un sujeto impedido de cuestionar el mensaje recibido, se lo impotentiza en sus capacidades intelectuales, racionales, emocionales y en su potencialidad para gestar los procesos de cambio.
Es allí donde la Psicología Social interpela a la Política, generando espacios en los cuales los sujetos puedan establecer redes, pensar conjuntamente, cuestionar y disentir, crecer y aceptar las diferencias y el disenso.
Espacios de libertad.
Espacios de salud.
Espacios de crecimiento y aprendizaje.
Espacios para “planificar la esperanza”
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